jueves, 28 de mayo de 2015

BERGAMIN POR JOSÉ SUAREZ-INCLÁN

Estamos de enhorabuena. Los aficionados al pensamiento, a la literatura y a las artes en general (incluido el toreo) tenemos un nuevo aliciente para estas “navidades en crisis”; un libro importante para leer; una alhaja, sin fecha de caducidad, para regalar. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha editado —con exquisito gusto, por cierto— y con el título José Bergamín. Obra taurina, los escritos fundamentales sobre toros del gran ensayista, poeta y dramaturgo español, recogidos en un solo volumen. 

Nadie ha escrito sobre el toreo como José Bergamín. Nadie ha tocado este arte, con la palabra, como se toca con ella al ser humano: tan dentro y tan fuera, desde el calor de las entrañas al aire luminoso del espíritu. Hace unos días, mientras veíamos al Atleti, en singular partido, jugar en un estadio sin público contra un equipo holandés, despistados del balón por el silencio del campo y las cervezas, me decía un amigo: a mí me gusta más la literatura taurina que los toros. A mí no. Pero casi. Naturalmente, hablaba de Bergamín.

Lo conocí, en los 70, a través de su nieta Ana. Y tuve la sensación inmediata de que por sus ojos —agudísimos, taladradores, irónicos— se paseaba, entre veras y burlas, toda la historia española. A veces las sensaciones no están tan lejos del pensamiento. Al menos del pensamiento intuitivo, del sentido pensamiento bergaminiano. Vivía en un ático, pequeño, una buhardilla madrileña de los Austrias, como un diablo cojuelo, por donde el amor de algunos andaba a gatas y el rencor de muchos se complacía en verle relegado al ninguneo histórico: esa suerte de disimulado olvido que esconde las mezquindades y envidias de poderosos y mediopensionistas.Yo sabía de Bergamín lo justo (o sea, lo injusto): Que era un escritor agudo, brillante e ingenioso; republicano, católico y comunista; original y contradictorio, centro de los saraos culturales y festivos del 27 y ardoroso defensor intelectual de los toros. Sus breves ensayos taurinos (El arte de birlibirloque, La estatua de don Tancredo y El mundo por montera) era cuanto había leído de él. Y por alguna razón incomprensible lo imaginaba gordo —su foto no estaba en los libros de literatura, hoy casi tampoco— pese al sonido diminutivo de su apellido. Me impresionó toparme con un esqueleto.

José Bergamín expresó como nadie cosas que andan en cuerpo y alma de todo aficionado: que el toreo, “puro juego inteligible”, es “propiedad de finísimas sensibilidades”. Y es que el toreo es tan fácil de apreciar (entra por los ojos) como difícil de explicar (se queda en el alma). Requiere un alma de alta sensibilidad —“La inteligencia del toreo es tan sensible que dice: mírame y no me toques”— y una disposición de libre humanidad. Por eso es espectáculo —o fiesta— tan popular: “lo popular siempre es minoritario”, “el pueblo en la plaza es el torero”, decía el astuto y birlibirloquesco torero José Bergamín. Tan poco político y tan poco correcto. Tan poco políticamente correcto y tan apasionadamente humano. 

Lo visité varias veces en su “churrería poética” de la Plaza de Oriente; me quiso apoderar una corrida en la plaza de Vista Alegre de Madrid y me regaló, con cariñosas dedicatorias, varios de sus libros. Una vez me dejó llevarle la contraria durante largo tiempo en una conversación sobre Joselito y Belmonte (¡lo que es la inexperiencia y la osadía de la juventud!) a quienes, naturalmente, yo no había visto. Se reía ante mis críticas al Arte de birlibirloque, en donde tomaba apasionado partido por José, arremetiendo contra el toreo de Juan. Cuando ya me iba, recogió el catavinos vacío, se agachó para abrir un pequeño armario, sacó un libro, me lo dedicó, me pintó un toro que parecía un gato, bajo el que escribió "Yo soy un toro difícil", y nos despedimos. Aquel libro, Ilustración y defensa del toreo, en el que Litoral reeditaba sus tres primeros ensayos taurinos, hacía en su prólogo —El espíritu del toreo—, una encendida exaltación del toreo de Juan Belmonte. Compartí con el maestro la devoción por los grandes poeta Augusto Ferrán y Rafael Soto Moreno. Cuando no me atreví a debutar en Carabanchel, en la novillada que me organizó —¿sería verdad?—, me trajo Ana un libro, que estaba a punto de salir. Se llamaba La música callada del toreo y estaba dedicado a Rafael de Paula. En la página en blanco escribió: "A mi amigo José, que no quiso ser torero. Su amigo José Bergamín”. Y desde entonces he releído a menudo estas dolorosas palabras suyas: “Hay muchos casos en la vida — en las artes, en las letras, en la política— como el de Curro Cúchares. Hay muchas conductas humanas que empezaron dando su vida por su verdad y acabaron por invertir los términos, dando su verdad por su vida; acabaron por hacer trampas”. 

No fue el caso de Bergamín; el hombre que hubo de renunciar a todo por haber tomado al pie de la letra las palabras de Ortega y Gasset de que “la vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada”.

Tengo la impresión de que José Bergamín se murió de pena; andaba muerto de pena desde hacía tiempo, mucho tiempo; traspasado por un cuchillo de palo en un solar de herreros, y peregrino en su patria. Ya es tarde para sacarlo de la buhardilla. Pero no para leerlo. Bienvenido sea.

jueves, 7 de mayo de 2015

LAS VIDAS MÚLTIPLES DE IGNACIO SANCHEZ MEJIAS


Por Aquilino Duque. Escritor español nacido en Sevilla el 6 de enero de 1931. Fue distinguido con el Premio Nacional de Literatura de 1974. Anteriormente había obtenido el Premio Leopoldo Panero de poesía en 1968, el Premio Ciudad de Sevillade novela en 1970 y el Premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1972.

Hace unos años, el literato lisboeta Joaquim Montezuma de Carvalho estaba interesado en conocer la hora exacta en que Ignacio Sánchez Mejías recibió su cornada mortal en Manzanares, ya que las cinco de la tarde del Llanto no le parecía con razón una hora muy exacta. Hablé por teléfono con Pepín Bello, quien poco me pudo aclarar pues me dijo que él estaba nada menos que en Rota la tarde de la corrida, pero tuve ocasión de saludar en un bar de Llanes a Alfredo Corrochano, único superviviente de los participantes en aquel trágico festejo. Corrochano no recordaba bien la hora en que éste dio comienzo, pero sí que quien rompió plaza fue el rejoneador Simão Da Veiga que, por tener que viajar para atender otro compromiso, alteró el orden de la lidia rejoneando sucesivamente los dos toros que le correspondían. Si la corrida empezó a las cinco, el toro de la viuda de Ayala que corneó a Ignacio y que salió en tercer lugar, no pudo hacerlo antes de las cinco y media, de suerte que la cogida debió de producirse entre las cinco y media y las seis menos cuarto. Decía Valle-Inclán en una carta al pintor Romero de Torres que nada es como es, sino como se recuerda, y el reloj de la plaza de Manzanares se detuvo para la posteridad a las cinco por obra de la poesía. Algún motivo debió de tenerLorca para poner esa hora, que a la fuerza hemos de dar por buena los que creemos que el Llanto es una de las obras cumbres de la poesía española en el siglo XX.

Ignacio Sánchez Mejías debió de ser una fuerza de la naturaleza a la que todo le venía estrecho, empezando por las plazas de toros. Poco a poco han ido desapareciendo los que lo conocieron y trataron, así que todo cuanto sabemos ya de él es de segunda mano, de lecturas o de una tradición oral a la que se le ha echado toda la fantasía que merecía tan legendario personaje. Debo decir que a mí me seduce desde la infancia, pues aún vibraba el eco de su trágica muerte cuando yo alcanzaba el uso de razón. Ni llegué a verlo torear ni, lo que es más imperdonable, he leído sus obras teatrales, pero recientemente ha caído en mis manos la novela La amargura del triunfo, rescatada y puesta en limpio porAndrés Amorós, que la precede con un amplio estudio. Esa novela no está nada mal y a mí me inspira el respeto de todo aquel que habla de lo que sabe y cuenta lo que conoce, y nadie le va a regatear a Ignacio Sánchez Mejías "la madurez insigne de su conocimiento". Claro está que algunos capítulos están apenas desarrollados y que el asunto daba para el doble de páginas, pues al fin al cabo el material sobre el que Amorós ha trabajado es un borrador que el propio autor, al que no le faltaban buenos asesores en su entorno inmediato, podría haber pulido y ampliado. Lo que no estoy seguro es de que hubiera encontrado el momento de sosiego para hacerlo, pues Ignacio fue lo que se dice un "hombre de acción" que además quiso vivir varias vidas y vivirlas con prisa, como si supiera de antemano que disponía de poco tiempo.

Para empezar, era en él sumamente aguda la propensión viril a la poligamia, por decirlo finamente, y son mujeres las que, con el recato de otros tiempos en se guardaban más las formas, nos han hecho el relato de sus conquistas extramatrimoniales. Estas no se redujeron a Encarnación López La Argentinita, sino, que sepamos, incluyeron a amigas o presuntas amigas de dos memorialistas: Mercedes Formica y Marcelle Auclair. Mercedes nos describe la difícil convivencia de Ignacio en Pino Montano conLola Gómez Ortega, su legítima esposa, y sus borrascosas relaciones con la esposa de un respetable sevillano dueño de un colegio cuyo nombre no da y que tampoco voy a dar yo. También habla Mercedes de la verdadera identidad de la presunta amiga deMarcelle Auclair que no es otra que la propia Marcelle. No recuerdo ahora cuál de las dos refiere cómo se presenta Ignacio en París en casa de Marcela a la que intenta llevarse de vuelta a Madrid en las propias narices de su marido Jean Prevost. Marcelle Auclair, hispanista de nota, biógrafa de Santa Teresa, en cuyas manos depositóGarcía Lorca el manuscrito de El público la última vez que se vieron, tiene un libro que no me canso de recomendar y que tradujo al castellano Aitana Alberti. Ese libro se titula Infancias y muerte de Federico García Lorca, que no sólo es un estudio penetrante de la vida del poeta a través de su obra teatral, sino que en él se da cuenta de las pesquisas que hizo la autora en Granada para esclarecer las circunstancias de la muerte de Federico, y hay que decir que no dejó piedra sin remover, de suerte que nada nuevo ha sido capaz de añadir toda la necrofilia posterior, incluidos los profanadores de tumbas de la memoria senil.

Cuando Alberti escribió sus deliciosas Chuflillas del Niño de la Palma, Ignaciocomentaba que qué pena haber hecho unos versos tan buenos a un torero tan malo. La propia carrera taurina de Ignacio, interrumpida varias veces, y compartida con otras carreras, la literaria, la académica, la deportiva, la de mecenas, pues fue presidente del Betis Balompié y de la Cruz Roja sevillana, amén de anfitrión y padrino de la desde entonces llamada Generación del 27, fue un reflejo de sus infidelidades amorosas, pero fue en ella en la que alcanzó su mayor triunfo: el de la muerte en el ruedo y el de la deslumbrante elegía a que dio lugar. Nada de lo que se escribió que fue mucho estuvo a la altura del Llanto de Federico. También los pintores pusieron manos a la obra y entre ellos hay que destacar dos: José Caballero, con esas manos superpuestas que tratan de tapar la vista de la sangre derramada, y Pablo Picasso que, metido de hoz en coz en su Tauromaquia, bosquejó el gran cuadro que a la vuelta de tres años no tendría inconveniente en despachar como Guernica. El Guernica no representa ningún bombardeo, sino la muerte de un torero, con el toro encampanado, los caballos espantados, las plañideras gesticulantes, la bombilla de la enfermería y el estoque partido en primer plano.

Entre los amigos de Ignacio que yo haya alcanzado a conocer están, además de los citados Pepín Bello y Alfredo Corrochano, Pilar López y José María de Cossío, que yo recuerde. Mención especial merecen dos de ellos a los que me unió gran amistad: Romero Murube y Manuel Halcón. Quiere eso decir que tuvo amigos en todas las vidas que vivió o intentó vivir. La última vez que volvió a los toros fue en Cádiz en abril de1934, el año de su muerte. Días antes hizo una visita al castillo de Santa Catalina donde estaba preso otro amigo suyo: el general Sanjurjo, que dos años antes, un 10 de agosto, había intentado sublevarse contra la joven República que él mismo había ayudado a traer.

lunes, 4 de mayo de 2015

ESTO SE MUEVE

En los últimos días el toro se ha movido y con él la tauromaquia.