martes, 21 de diciembre de 2010

HABLA JOAQUÍN ALBAICÍN


Por Plá Ventura. 2005

Hoy, nos cabe la fortuna de que, un artista de las letras, Joaquín Albaicín, gitano y sabio, nos regala sus sentimientos en una entrevista plagada de sinceridad. Su verbo tan expresivo, unido a sus condiciones como escritor, al final, dan la medida exacta de la fortuna que hemos tenido al poder conversar con este hombre; mucha suerte la nuestra ya que, un señor de las letras, amante sin condición del embrujo y el duende que un torero pueda crear, nos ha dedicado su tiempo y, a su vez, esa sabiduría espléndida que adorna todo su ser. Sus respuestas son la evidencia de todo cuanto digo. Albaicín, como podrán ver, sin tópicos manidos al uso, se desnuda en su alma y se nos muestra tal y como es: sencillamente, un personaje singular. Nuestro esfuerzo, al final, creo que ha merecido la pena. El entrevistado así lo hacía presagiar y, tras la conversación, uno tiene la sensación de estar en paz consigo mismo.
-Nacido en una familia de artistas, usted no podía ser bombero, si me permite la expresión. Por tanto, si por sus venas corre sangre de artista, afortunados sus lectores que, a diario, se extasían con sus letras. ¿Esa es una forma de expresar su arte?
Hombre, dudo que mis lectores entren tanto como en éxtasis. ¡Ya me gustaría! Por ponerle un ejemplo en contrario, cuando publiqué en El Europeo el artículo que fue el embrión de mi ensayo EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR, varias decenas de lectores arrancaron las páginas en cuestión y las devolvieron por correo a la dirección de la revista, acompañadas de cartas en que no me deseaban precisamente lo mejor...Por supuesto que la literatura es la vía a través de la cual el poco o mucho talento artístico que pueda tener fluye y se manifiesta. Y sí, creo en la herencia genética, que te moldea tanto desde el punto de vista físico como en el orden psíquico. No es que le dé más importancia de la que tiene, pero tampoco menos.
-¿Su sangre gitana tiene algo que ver en que usted sea, además de un consumado escritor, un aficionado a los toros de un sentimiento especial, patrimonio exclusivo de seres dotados de una sensibilidad a flor de piel?
Efectivamente, nací de madre gitana, palabra que sigue significando algo, y algo muy definido, en unos tiempos en que las identidades parecen diluirse a velocidad de vértigo...No sé, creo que, a la vez que podemos manifestar una vertiente temperamental muy expansiva, nosotros vivimos fundamentalmente hacia dentro, o muy hacia el interior, muy con la vista vuelta hacia la pared del corazón. Y que poseemos una inclinación temperamental innata hacia lo artístico. No pretendo decir, por supuesto, que cualquiera, por el mero hecho de nacer con una gota de sangre gitana, esté facultado para revelarse como un artista genial, pero sí que esa inclinación natural existe y que, a poco que sea estimulada, genera consecuencias. Y luego, claro, tenemos nuestra visión del mundo, nuestra alma, de la que derivan unos acentos, un condimento particular que a unos agradará y, a otros, no tanto.
-Puesto que, estamos hablando para una publicación taurina, ¿cómo definiría usted el arte?
Yo prefiero hablar de duende. Porque la palabra arte, originalmente, significa habilidad, destreza, maestría en una ocupación. Entonces, un mecánico que arregla un motor o un pintor de brocha gorda que pinta una pared es, de acuerdo con esto, un artista. Y, a su modo, por supuesto que lo es. Es por ello que, en el contexto en que nos movemos, prefiero hablar de duende, que ya hace referencia específica a la inspiración, a un soplo de origen sobrenatural que, en el marco de ciertas actividades, pone los pelos de punta. Es el duende, no la mera destreza, lo que hace posible que la lectura de determinado libro, o el dar o ver dar tres muletazos o escuchar en cierto momento cierto violín o cierta guitarra cambie radicalmente nuestras vidas o nos descubra con elocuencia supina la razón de que, para nuestra perplejidad, nos encontremos en este mundo.
-Por cierto, hablando de toreros artistas, como usted me refleja, intuyo que, en su día, apostó usted muy fuerte por un verdadero artista que, al final, no ha dado la talla. Me refiero a Julio Aparicio. ¿Cuál cree usted que ha sido el motivo?
Bueno, no sé qué se quiere decir exactamente con que Julio Aparicio no ha dado la talla. Hablamos de un torero cuya faena en Las Ventas a aquel toro de Alcurrucén es considerada por muchísimos aficionados como la más grande que han visto en su vida, una faena que para infinidad de personas es una referencia fundamental en su memoria taurina. Aquella faena suya ha revelado poseer esa incombustibilidad y esa capacidad de pervivencia en la memoria que ha distinguido a otros trasteos históricos, como el de Cagancho en Toledo, el de mi abuelo Rafael en Sanlúcar, el de Paula en Vista Alegre, el de Antoñete con el toro blanco, el de Rafael El Gallo con el toro de Aleas, el de Silverio con Tanguito, varios de Antonio Ordóñez... Y Julio ha cuajado faenas cumbre en Sevilla, en El Puerto... En fin, en la plaza de El Puerto hay una placa en homenaje a la faena de un torero que entonces aún sólo era novillero... Que ha salido en hombros, después de labrar faenas apoteósicas -no simplemente brillantes- en Salamanca, en Vitoria, en Valladolid, en Alicante, en Segovia... Los muletazos que pegó el día de su presentación en Valencia, por ejemplo, no se me olvidarán nunca. Creo, sin afán de desmerecer a nadie, que pocos toreros pueden presumir del historial artístico de Julio Aparicio.
-Decía Facundo Cabral que él no era artista, pero que sí vivía con el arte. ¿Usted, se siente artista o, como Cabral, vive cerca del arte?
Soy artista, por cuanto me dedico al cultivo de un arte -la literatura- y esa dedicación es consecuencia de una vocación natalicia. Quiero decir que no soy escritor como podría haber escogido ser tenista, abogado o cantaor. Mi dedicación a la literatura no es resultado de una elección personal. Por decirlo de algún modo, fue la literatura la que me escogió a mí, no yo a ella. En realidad, pienso que ese es el sello del artista: no es que tú “tengas” arte o duende, es el duende el que te “tiene” a ti. Intuyo que es esto lo que Cabral, a su manera, quiso expresar.
-Estamos viviendo, respecto a los toros, una etapa de transición para la Fiesta que, si alguien no lo remedia, los toros, al final, pueden sufrir un serio revés; Cataluña, lamentablemente, es un ejemplo de cuanto le digo. Usted, desde su atalaya cultural, ¿cómo encauzaría usted esta fiesta tan bella, dejada de la mano de Dios?
No puedo contestarle con demasiado conocimiento de causa, pues, aunque tengo allí muy buenos amigos, como Sebastián Porras Soto (cronista taurino en El Periódico), Pedro Burruezo (que, además de ser un gran músico, está al frente de The Ecologist) o los amigos de las revistas La Puerta y Letra y Espíritu, he visitado muy poco Barcelona y nunca he tenido ocasión de asistir a una corrida en su plaza. Ya imagino que el ambiente taurino no es el mismo que cuando Luis Procuna, Luis Miguel o Cagancho se vestían en el Hotel Oriente, pero bueno, sé por la prensa de la faena cuajada por Morante a fines de esta temporada, y de las buenas tardes que ha dado allí Curro Díaz.La vocinglería de los antitaurinos siempre ha existido, y nunca les hemos echado cuentas. ¿Soluciones? Sé que es más fácil decir que hacer las cosas, pero me pregunto, por ejemplo, por qué en Madrid, cuando salgo de casa, jamás veo pegado en una pared un cartel de la corrida del domingo, cuando sí veo carteles anunciando mítines, conciertos, conferencias, ciclos de cine... Es decir, si no eres aficionado impenitente y estás pendiente por tu cuenta de lo que se programa en Las Ventas, puedes pasear por Madrid durante días y días sin percibir el menor indicio de que a unas pocas estaciones de metro de tu casa hay una plaza de toros y de que en ella se dan festejos. Imagino que en Barcelona sucederá tres cuartos o nueve octavos de lo mismo. En este sentido, aplaudo la acción de la empresa de Las Ventas de insertar anuncios en televisión, que me parece una idea excelente.Y ya que hablamos de reveses, quisiera aprovechar la oportunidad para expresar mi estupor por que, desde el desdichado accidente que condenó a Miguel Ángel Cuadrado a una larguísima convalecencia, para un diario de la importancia e influencia de El País, en cuyas páginas literarias he tenido la fortuna de colaborar, los toros, fuera de San Isidro, casi ni existan. Esto es, sencillamente, un absurdo periodístico.De cualquier modo, reconozco no poner demasiada atención a esa cantada crisis de la Fiesta, que parece ser perpetua. Lo que en el fondo me importa, con lo que me quedo, es con que el otro día he visto a Aparicio sensacional, o a Manuel Amador cumbre, o con que he tenido la suerte de ver a Conde en Valdepeñas, o con que en cuanto Rincón presenta la muleta al toro aquello se transforma en un templo, o con que, estando yo en la plaza, un espada modesto como Rafaelillo ha demostrado que, poniendo el corazón en juego, las circunstancias en contra pueden ser vencidas... Esos son los argumentos. Porque quienes, a la postre, encauzan o desencauzan la Fiesta son sus protagonistas, los toreros, que en cinco minutos de trance y al margen de qué tipo de torero sea cada cual, detentan el poder de reducir a cenizas todos los juicios preconcebidos y todas las opiniones.
-Respeto sus opiniones y, lo que es mejor, las comparto pero, podría creer usted posible que, de tener media docena de toreros al estilo Morante de la Puebla, tendríamos la Fiesta salvada?
El toreo de Morante tiene gran calado, pero aún recuerdo cómo, la última vez que toreó en Madrid, el presidente ordenó devolver un toro al corral. Mientras salían los cabestros, Morante se dirigió hacia los medios con la evidente intención de hacer un quite. ¿Qué quiere que le diga? A mí, si veo a un torero que quiere hacer un quite, y a un toro que además era suyo, pues en ese momento, lo que diga el reglamento me la refanfinfla. ¿Cómo premió el público el regalo que el torero quería hacerle? Con un abucheo monumental. Así es la vida. La masa, muchas veces, no quiere salvarse, se siente más en su salsa en la inmundicia. Se desgañita pidiendo el indulto para Barrabás, mientras para el salvador exige el patíbulo y el escarnio.
-Y le digo todo esto porque, como vemos, el mal es ya endémico puesto que, la gente, no acude a los toros; salvo Madrid y pocas ferias más en sus días grandes, los toros apenas le interesan a nadie. Algo falla, ¿lo sabe usted?
Hombre, casi todo puede mejorarse en esta vida, pero me parece que los aficionados a los toros somos, a veces, especialmente propensos a dejarnos arrastrar por un pesimismo excesivo. Yo mismo me tiré dos o tres años sin ver un festejo, indignado porque mis toreros estaban vetados, fuera del circuito... Como queramos llamarlo. Hasta que me di cuenta de que no tenía por qué ceñirme a los calendarios de fastos oficiales y no tenía más que volver a echarme al camino para reencontrarme con lo que siempre me llenó, hasta que me di cuenta o recordé que el toreo no está sólo en las plazas de las grandes capitales. Mi vuelta aconteció un par de años atrás, la temporada del triunfo de Conde y Morante en Vista Alegre, al que siguieron la gran tarde de Antón Cortés en San Isidro, el semi-resurgir de Cepeda... En fin, centrándome en su pregunta y al margen de que los gustos de uno puedan coincidir o no con los de los confeccionadores de carteles, me parece obvio que el día de toros sigue siendo el día grande de las fiestas de cualquier pueblo, y me parece que las corridas de las Fallas, o las de San Juan en Alicante, o las de la feria de Salamanca... continúan siendo días de cita obligada para miles de residentes en esas ciudades.¿Madrid? Soy asiduo a los tendidos de Las Ventas desde hace más de veinte años y puedo decir que, como señala, somos muy pocos quienes vamos a los toros fuera de los ciclos feriales. Pero esto no es de ahora, ha sido así desde que yo tengo uso de razón. Con esta empresa, con la anterior, con la anterior a la anterior, con la precedente a aquella... Y, seguramente, la situación permanecerá estacionaria con las que vengan en el futuro. Y en Sevilla, ¿qué le voy a contar? He ido a novilladas en verano en las que estábamos tres y el de la garrota... De todos modos, esto es natural dadas las circunstancias, e idéntico desinterés popular se constata en frentes distintos del taurino. Imagine que, mañana, reestrenaran en la Gran Vía una película de Manolo Otero y María José Cantudo, o una de Pajares y Esteso. Sí, en su momento, años atrás, las salas hacían su agosto con esas películas, pero proyectarlas ahora en la Gran Vía no tendría demasiado sentido, ¿verdad? Me refiero a que hemos de tener en cuenta que, fuera de feria, en plazas como Madrid o Sevilla los carteles se hilvanan, porque también es necesario, a base de toreros en dique seco, o principiantes que aún no se han hecho un nombre, o toreros que no se hallan en su mejor momento de condiciones o popularidad. Añadamos que son anunciados con ganaderías que, por lo que sea, el aficionado sabe de sobra que es casi imposible que embistan. Pretender que la plaza se llene en esas circunstancias...Que anuncien en Madrid, en julio, a Manzanares padre, Julio Aparicio y Javier Conde con una corrida de El Pilar o El Torreón. O a César Rincón, El Cordobés y Manuel Amador con una de Alcurrucén. Entonces sabremos si a los madrileños les interesan o no los toros fuera de San Isidro y otoño.
-El toro, señor Albaicín, sigue teniendo su vital importancia para el devenir de la Fiesta y, lamentablemente, los toreros, especialmente las llamadas figuras, huyen de afrontar el riesgo que entraña enfrentarse al toro de verdad. ¿Cree usted que sea éste uno de los males por los cuales, el aficionado, ha perdido credibilidad respecto a la Fiesta?
Mis preferencias en cuanto a toros están, en este momento, por ganaderías como las que acabo de citarle: Alcurrucén, El Pilar, Jandilla... O por ese toro bueno de Victorino que siempre estamos esperando... El Torreón también es de las mías. Toros que embisten con franqueza y nobleza, pero con movilidad y brío. Es cierto que charlas con muchos profesionales del toro y -también hay que ponerse en su lugar, yo lo entiendo- te dicen “nobleza” y están en realidad pensando en “sosería”, o te dicen “clase” y están pensando en un toro que no puede con su alma... Y que, quizá sin darse cuenta, estén propiciando crisis seguramente irreparables, porque lo que hoy, con muy buena voluntad y haciendo de tripas corazón, podemos admitir como ”nobleza”, en la siguiente generación será invalidez y ausencia de cualidades naturales para la lidia.Habrá que ver, pues, qué queremos decir con eso del toro-toro, porque, depende de con quién hables, se habla de cosas distintas. Jamás, por ejemplo, he tenido el menor interés en ver a Curro Romero matando la del Cura de Valverde, del mismo modo en que sabemos que los toreros llamados “gladiadores”, el día que tienen la oportunidad de enfrentarse a toros de embestida franca, por lo general no saben qué hacer con ellos. Tampoco me han dicho nunca nada latiguillos al estilo de: “El toro grande, ande o no ande”, o: “Si no embiste el toro, embistes tú”... Embestir va con la naturaleza del toro, no con la del hombre. El torero no puede ni debe embestir, sino aplicar su ciencia. Si, además, su labor se ve asentada sobre el temple de ánimo y, encima, el duende viene a hacerle un favor, pues ya tenemos lo que todos buscamos, ¿verdad?Algo que sí aprecio es el daño que -no dudo que con la mejor intención- están haciendo las escuelas. Una promoción tras otra, vemos debutar a toreros y toreros para quienes no existen más suertes que el derechazo, el natural y el de pecho. Un afarolado, un trincherazo, un pase de la muerte... Ni noción de su existencia. Del toreo de capa, ni hablemos. Entonces, estoy seguro de que los alumnos de las escuelas salen de ellas empapados de vídeos de Antonio Ordóñez, y de Manzanares, y de Curro, y de Paula, y de Antoñete, y de Pepe Luis Vázquez, y de Paco Camino, y de Manolete... y con muchas ganas de triunfo, pero me parece claro que la mayoría no tiene la base, que es la lidia. Les falta, pues, lo fundamental, eso que hizo posible que un torero como Rafael de Paula, con el toro de Benavides, inmortalizara la más perfecta fusión de improvisación, duende... y lidia a la eterna usanza. O que permitió sostenerse con corridas muy duras a Pepín Jiménez, a Curro Vázquez... Y que ha sido el secreto del triunfo, temporada tras temporada, de espadas como Ruiz Miguel, Manili, Dámaso... Mire, si ahora se me pidiera rememorar el último San Isidro, pues me acuerdo de las dos tardes de Rincón, me acuerdo de El Cid con el de Alcurrucén, de una estocada de José Ignacio Ramos... En el capítulo de novilleros, me acuerdo de algún muletazo bueno de Alberto Aguilar al novillo al que cortó la oreja y, sobre todo, de los lances a la verónica y los dos estoconazos de David Mora. Y pare de contar. No me vienen a la cabeza un nombre, una cara, un muletazo más... Y eso es grave. No que un torero no triunfe o no corte orejas, sino que un torero salga de la plaza sin haber sido capaz de, al menos, dejar en la arena tres o cuatro detalles que nos hagan esperarle. ¡Hablamos de mes y medio de corridas! Quiero decir que, al margen de que se posea más o menos personalidad, de que se tenga más o menos carisma, a las nuevas promociones de toreros, por lo general, no les sirve ni el toro-toro, ni el toro-rana... No les sirve ningún toro, porque su hacer denota un importante desconocimiento de la lidia.
-Hace varias décadas, la opinión de la crítica, era fundamental para el desarrollo de la vida artística de un torero; ahora, por el contrario, lo que podamos decir los críticos, los toreros se lo pasan por el mismo forro de la chaqueta. ¡Vaya declive tan horrible¡ ¿Verdad? Y, lo que es peor, veremos quien es el valiente que arregla esto, ¿no cree usted?
Bueno, también la crítica se pasa a menudo por el forro de la chaqueta lo que los toreros hacen en el ruedo. Este verano, Manuel Amador cuajó magníficamente un toro de El Serrano. Le hizo una de las faenas más toreras que se han visto en Madrid en tiempo. Al día siguiente, según la crítica, allí no había habido ninguna faena. Que si “destellos gitanos”, que si “sabrosas pinceladas”... Suárez-Guanes puso el dedo en la llaga: hay, dijo, crisis de toros y de toreros, pero también de público, de afición. También, quizá, y esto lo añado yo, de crítica.
-Usted ha escrito mucho de toros y, sin embargo, su pluma, se sigue deslizando por la narrativa más bella, lógicamente, al margen de los toros. ¿Es usted un convencido, como yo le decía antes que, nuestra opinión no sirve para nada?
La opinión siempre vale para algo. Toda gota de lluvia sirve para refrescar la tierra. Lo que ocurre es que, demasiado a menudo, las cosas están ya predeterminadas por factores extrataurinos frente a los que poco puede hacer una opinión. Si un torero cuaja una gran tarde y nadie se da por enterado, y se le hace el vacío, porque parece ser que eso de cuajar una gran tarde es una insolencia, pues figúrese lo que van a hacer los taurinos con la opinión de un particular, escriba donde escriba. Además, no olvidemos que aquí, lee muy poca gente.
-¿Se imagina usted, en los tiempos actuales, si pudiéramos formar el cartel que le voy a decir, qué consecuencias traería? Anote, por favor, Rafael Albaicín, Rafael de Paula y Morante de la Puebla? En definitiva, cree usted que, estos tres artistas lograrían erradicar los males de la Fiesta?
Como supondrá, me encantaría que ese cartel y muchos otros estuvieran a nuestro alcance. ¿Qué tal Cagancho, La Serna y Julio Aparicio? ¿O Curro Puya, Silverio Pérez y Javier Conde? ¿O Garza, Curro Romero y Manuel Amador? Pero no. Aparte de que la condición de gran artista o gran torero no concede el don de la omnipotencia, toreros como los que cita han surgido en todas las épocas desde que Cagancho y Curro Puya, con el fin de poner remedio a la soledad de El Gallo, tuvieron la intuición de bajar las manos en la verónica. Y sí, son leyenda. Ahí han quedado, y quedarán. Pero nunca han tenido la oportunidad ni la capacidad de mandar en la Fiesta y hacer que su línea predominase, por la sencilla razón de que se trata de toreros que hacen mucha sombra, y a quienes los apoderados de quienes en cada momento son las figuras poderosas, los mandones, hacen todo lo posible por quitar de en medio o, al menos, por ponerles las cosas lo más difícil posible.Hoy mismo, sí, a todo el mundo le gusta mucho Curro Díaz. Pero, ¿dónde contratan y en qué condiciones anuncian a ese torero que tanto les gusta? Y, ¿cómo es que está sin apoderado, cuando se supone que a los taurinos les gustan tanto los toreros puros? ¿No dicen que el arte y la pureza les vuelven locos? Y, cuando un torero como Morante, que ha hecho una temporada de gran regularidad y cuajada de éxitos grandes, tiene una tarde mala, como es lógico que la tenga cualquiera, los mismos que estaban ayer “locos” con él, ya te están diciendo: “No sé, no sé... Parece que ha perdido gas, que ya no es el mismo”...Son toreros que resultan incómodos inclusive a un gran sector de la crítica taurina, porque, lo mismo que los buenos toros descubren a los malos toreros, los toreros mágicos descubren a los escritores pedestres. Con Ponce no hay problema, porque Ponce es un muletero muy lúcido y un gran técnico, pero no es un hacedor de milagros, y más o menos cualquiera puede relatar con aseo una gran tarde suya. Ahora, estar con la pluma a la altura del milagro visto... Eso, ya no es tan fácil. Hay que ser también de una pasta especial (o eso me parece a mí, como lector habitual que soy de crítica taurina). Acuérdese usted “sólo” de las últimas veinticinco temporadas en activo de Curro Romero o Rafael de Paula. Los mismos que la víspera habían escrito que esos señores eran unos sinvergüenzas y que no tenían ni habían tenido nunca la más remota idea de torear, cuando sólo veinticuatro horas después se encontraban cara a cara con el milagro, pues no sabían por dónde salir. No tenían más remedio que escribir una crónica elogiosa, pero en la que translucían su irritación y disgusto por tener que escribirla... Y claro, eso no es plato de gusto. La crítica -salvo excepciones, por supuesto- es la primera que prefiere evitarse sorpresas. Y, quien puede y suele darlas, pues no es muy bienvenido que digamos.

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